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5.6.08

25 watts uruguayos


A la memoria de Juan Pablo Rabella



l e n t o

Mucho más que una película en mi caso se trató como de un vicio —podría decirse— casi adolescente. Comencé con reparos, y la vi por primera vez medio a regañadientes. Recuerdo salir del cine con una sensación extraña, y claro, una película filmada en blanco y negro, uruguaya, que sucede en 24 horas, y cuenta sobre tres chicos que el tiempo les pasa y a la vez no pasa nada… Pero ojo, que no es tampoco la clásica película sobre el nihilismo adolescente, sobre los sueños que sólo son eso y la angustia y la tristeza contenida. Por supuesto que como buena ópera prima de autor joven sobre temática joven, todo aquello no puede estar ausente; pero lo bueno, en este caso, es que en eso no se agota la trama.

a g r i d u l c e

Como un sabor extraño que de primera nunca nos termina de cerrar, casi como la primer pitada, del cigarrillo adolescente, o mejor aún, como el primer sorbo de Whisky medio obligado en alguna fiesta del primario. Son cosas que pocas veces gustan de entrada, pero, que el placer nos va encontrando justamente en la reincidencia, y así se nos apega de forma mucho más profunda, con el compromiso del tiempo y de la voluntad de por medio. Y este es el caso, pues es una de esas películas que una vez que te tocan ya no te dejan, de esas que no saturan con las revisiones, sino a la inversa: cuanto más se la ve, más se la adora, y más se la necesita repetir.

c a l l e s

Básicamente es la no historia que se desprende de la nada, de las aburridas calles de Montevideo, que aquí se retrata como si estuviese muerta o más bien detenida, en un no-tiempo cíclico, fuera del mapa, del color y del calendario. Una ciudad que como pocas veces toma carácter de personaje y dice más sobre la historia misma que todos aquellos de piel y hueso. Sobrepasados por la situación y sin ganas de reflexionar al respecto, los personajes dan marco a la ciudad, esta triste y abúlica Montevideo, la verdadera protagonista, que todo lo sugiere, con una queja apenas perceptible, en forma de suspiro. Sin reacción, como un enfermo en un dormitorio viejo, donde el malestar se abraza a las paredes; así es la ensombrecida Montevideo de 25 watts: una ciudad a media luz, cuya extrañeza se evidencia en las ventanas, en los adoquines, y en las alcantarillas; en las caminatas que les tiende impávida a sus personajes, grises, y en los tiempos muertos, de la vereda, como soporte del silencio.

m o n o c r o m o


Además de la ciudad adormecida, hay tres protagónicos memorables y algunos otros amigos, y entre estos y aquellos están el vago, el loco, el fumón, el enamoradizo, el looser, el soñador, el pajero, el gracioso, el bardero, el sumiso, y etcétera. Pero no por separado, sino como una bruma que va ascendiendo desde las alcantarillas para atravesar a cada uno de estos seres desorientados. Y allí es donde se mezclan los eternos roles conflictivos del (¿post?) adolescente, lejos del estereotipo caricaturesco, el componente dramático aquí asume toda la dimensión de su complejidad, sin obviedades, sin frases hechas o imágenes fáciles. Y en este sentido, a los logros del guión y de la cámara, hay que sumarle el hallazgo de los actores. Destacable es el papel encarnado por Daniel Hendler, que si bien ya venía de sorprender en Esperando al Mesías (la ópera prima de Daniel Burman, con quien luego colaborará en repetidas ocasiones), es en este personaje "Leche", un pibe típico de barrio uruguayo, con el que se ganará el reconocimiento internacional y se le abrirán las puertas más grandes del cine argentino, sobre todo luego de obtener por este trabajo, el premio a mejor actor en el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires.

a i r e l u z


Para aquellos que la vimos estrenarse allá por el 2001, y vimos como pasaba por las salas de Buenos Aires sin demasiada pompa, fue una gran satisfacción —como esos pequeños orgullos que uno siente al descubrir algo en el momento de su gesta— saber que el tiempo terminó confirmando lo que en aquel momento algunos ya presagiamos: En ésta, su ópera prima, Pablo Stohl y Juan Pablo Rebella estaban (re)construyendo —desde su juventud y su valentía— la historia cinematográfica de un país cuyo cine yacía adormecido; tan muerto en vida como Leche, Javi y Seba, los personajes de esta película, que paradójicamente, en su sopor apesadumbrado supieron cambiar el rumbo del cine independiente uruguayo y despertarlo de su tan aletargada apatía.

f i n a l


max (agora iniciándose en la crítica filmográfica, ja)






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